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Te damos la más cordial bienvenida a esta bitácora, dedicada a la Santísima Virgen María de Coromoto, Patrona de Venezuela, y a Su Divino Hijo Nuestro Señor Jesucristo Realmente Presente en el Santísimo y Divinísimo Sacramento del Altar en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Te pedimos que te unas a nuestra cadena de oración permanente, con oraciones, rosarios, misas, meditaciones, ayunos, etc., lo que desees y puedas hacer, por nosotros, por ti y tus necesidades y angustias, y sobre todas las cosas, por la paz del mundo entero, la paz de tu país y la paz de Venezuela. Siempre tengamos presente dar las gracias a Dios, porque es Él la Fuente Inagotable de todos los milagros...
Los amigos de Nuestra Señora de Coromoto, Patrona de Venezuela

domingo, 6 de abril de 2008

Los Hijos Infinitos

Cuando la Virgen se apareció ante el cacique Coromoto, de la tribu de los indígenas Cospes en 1652, fue para ofrendar Su Milagrosa imagen como prenda de Amor, Fe, Vida Abundante y Rebosante, y Esperanza para toda Venezuela. Nuestra Santa Madre, María de Coromoto, Celestial Patrona de Venezuela y de los venezolanos, de manera directa e indirecta, nos llama a amar, portegernos y asistirnos los unos a los otros, y a orar por nosotros mismos, por los demás, aún por quienes no amamos, y por todos los desasistidos y desamparados, por los más necesitados de oración.
Hoy reproducimos el poema de Andrés Eloy Blanco, Los Hijos Infinitos, en homenaje póstumo a los hermanitos Faddoul y su chofer, Miguel Rivas, y en homenaje a todos los hijos e hijas de Venezuela que tanto nos duelen, y en honor a Nuestra Madre Celestial, que quizás este poema se lo inspiró a Andrés Eloy para mostrarnos el inmenso amor-dolor Maternal-Paternal que puede abrigar nuestro corazón...

Cuando se tiene un hijo,
se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera,

se tiene al que cabalga en el cuadril de la mendiga,

y al del coche que empuja la institutriz inglesa,

y al niño gringo que carga la criolla,

y al niño blanco que carga la negra,
y al niño indio que carga la india,

y al niño negro que carga la tierra.


Cuando se tiene un hijo,
se tienen tantos niños
que la calle se llena,
y la plaza y el puente,
y el mercado y la iglesia,
y es nuestro cualquier niño cuando cruza la calle

y cuando se asoma al balcón
y cuando se arrima a la alberca;
y cuando un niño grita,
no sabemos
si lo nuestro es el grito o es el niño,
y si le sangran y se queja, por el momento
no sabríamos
si el !ay! es suyo o si la sangre es nuestra.

Cuando se tiene un hijo,
es nuestro el niño
que acompaña a la ciega y las Meninas,
y la misma enana
y el príncipe de Francis y su princesa,
y el que tiene San Antonio en los brazos,

y el que tiene la Coromoto en las piernas.


Cuando se tiene un hijo,
toda risa nos cala,

todo llanto nos crispa,
venga de donde venga.


Cuando se tiene un hijo,
se tiene el mundo adentro
y el corazón afuera.
Y cuando se tienen dos hijos,

se tienen todos los hijos de la tierra,

los millones de hijos que con las tierras lloran,

con que las madres ríen, con que los mundos sueñan;

los que Paul Fort quería con las manos unidas

para que el mundo fuera la canción de una rueda;
los que el hombre de estado, que tiene un lindo niño,
quiere con Dios adentro y las tripas afuera;

los que escaparon de Herodes para caer en Hiroshima,

entreabiertos los ojos, como los niños de la guerra,
porque basta para que salga toda la luz de un niño
una rendija china o una mirada japonesa.
Cuando se tienen dos hijos,

se tiene todo el miedo del planeta,

todo el miedo a los hombres luminosos
que quieren asesinar la luz y arriar las velas,

y ensangrentar las pelotas de goma,
y zambullir en llanto los ferrocarriles de cuerda.

Cuando se tienen dos hijos,
se tiene la alegría
y el !ay! del mundo en dos cabezas,
toda la angustia y toda la esperanza,
la luz y el llanto,
a ver cuál será nuestra escogencia

si el modo de llorar del universo
o el modo de alumbrar de las estrellas.

Hoy escogemos llorar... Porque cuando se tienen tres hijos y se pierden en un solo día, todo un país entero llora y clama al Cielo tal injusticia; y el Cielo llora también por tal infamia cometida tanto a los niños como la que hicieron con su chofer, Miguel Rivas, y la que se hace con cada venezolano y venezolana que muere a diario en nuestro país amanos del crimen, y con cada ser humano que muere en el mundo a manos del crimen y de las guerras, ¡porque es Cristo, Nuestro Señor, el que muere!
Perdón, Señor, por nuestras faltas de amor y misericordia...

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